martes, 7 de abril de 2015

Dioses, tumbas y sabios, de C.W. Ceram

C.W. Ceram es el pseudónimo del crítico y periodista alemán Kurt Wilhelm Marek (Berlín, 1920- Hamburgo, 1972), nombre con el que publicó su obra más famosa en 1949: "Dioses, tumbas y sabios". Estamos ante un ensayo que hace un recorrido histórico por los grandes descubrimientos de la arqueología en los siglos XIX y XX (exceptuando el descubrimiento de Pompeya en el siglo XVIII), y lo hace con un atractivo carácter didáctico que atrapa al lector avezado en la materia como al más neófito.
El subtítulo de la edición española, La gran aventura de la arqueología, nos proporciona el sentido de la obra de Ceram, a saber, transmitir la pasión aventurera de los grandes arqueólogos que con gran fe y entusiasmo se enfrascaron en verdaderas odiseas con el fin de lograr descubrir esa tumba o esa ciudad enterrada y olvidada.
Ceram no nos presenta un sesudo estudio de los descubrimientos arqueológicos, huye de la minuciosidad excesiva, al contrario, trata de construir, y ahí está el mérito, un relato conciso que no olvida aquellas anécdotas más atractivas para el lector. Nos presenta a cada arqueólogo o filólogo como un rara avis dentro de su época, un "loco" capaz de darlo todo por conseguir las respuestas a las grandes preguntas de la ciencia arqueológica, pero, ojo, un "loco" muy bien documentado y preparado, salvo raras excepciones, como descubrirá el lector.
El gran mérito de esta Edad de Oro de la arqueología fue sin duda convertir en algo real, en hecho histórico, aquello que se había convertido en mito, y así vemos como los descubrimientos de Pompeya y Herculano a mediados del siglo XVIII abrieron la puerta de las publicaciones científicas relacionadas con el mundo romano, gracias sobre todo al alemán Winckelmann. 
Uno de esos momentos del romanticismo arqueológico lo marca el descubrimiento por Schliemann de la ciudad, hasta entonces mítica, de Troya, destruida por los griegos a finales del siglo XIII a.C. Schliemann descubrió las ruinas siguiendo las precisas indicaciones geográficas de un libro fundamental como era la Ilíada de Homero, demostrando que efectivamente Troya había existido y que lo que se cuenta en el poema homérico se convertía en verdad histórica. El mismo afortunado arqueólogo descubrió la famosa "Puerta de los Leones" de Micenas y algunas tumbas griegas que atribuyó erróneamente a la época micénica. Al mismo tiempo, por acabar con el mundo helénico, Evans descubría la ciudad de Cnosos en Creta, capital de la civilización minoica.
Pero el descubrimiento de las civilizaciones más antiguas -Egipto y Mesopotamia- centró la atención también de muchos investigadores, desde que Napoleón llevara consigo en su expedición militar a Egipto a un buen grupo de dibujantes, filólogos y eruditos. El descubrimiento de la famosa Piedra Rosetta -y el posterior desciframiento de la escritura jeroglífica por el francés Champollion- cambiaría radicalmente los conocimientos sobre la civilización egipcia, estableciendo una cronología fiable y realizando, desde finales del siglo XIX, excavaciones sistemáticas en Gizeh y sobre todo en el Valle de los Reyes. Destacarán figuras como Belzoni, Lepsius, Mariette o Petrie, pero sobre todos ellos sobresale la figura del arqueólogo inglés Howard Carter por descubrir, intacta, la tumba del faraón Tutankamón, ya que las tumbas de los faraones aparecían saqueadas en su mayor parte. Este descubrimiento, en 1922, se convirtió en el más importante de la egiptología, y probablemente, en el más importante del siglo XX.
Por otro lado, también los esfuerzos por dar fiabilidad histórica a una civilización que aparecía mencionada -de forma peyorativa- en la Biblia, la asirio-babilónica, también dieron sus frutos con el descubrimiento de la ciudad asiria de Nínive por el francés Botta, y después de la espectacular Babilonia por el alemán Koldewey.
Hoy en día, conocer en profundidad la cultura egipcia, griega, asiria o sumeria, implica visitar -salvo el honroso ejemplo del Museo Egipcio de El Cairo- los grandes museos europeos: el Británico, el Louvre o el de Berlín. Esos "tesoros" rescatados y llevados a Europa, con o sin consentimiento de los gobiernos indígenas (mas bien lo segundo), han permitido construir un relato científico sobre la historia de las civilizaciones antiguas, dejando atrás su barniz mítico.
Sin embargo, cabría preguntarse cuándo acabó esta época dorada de los grandes descubrimientos (en la que Ceram incluye por supuesto las pirámides y templos de las civilizaciones precolombinas), puesto que entendemos que esa arqueología -la de "Indiana Jones"-, la de rescatar tesoros, ya ha quedado atrás desde hace varias décadas. No es que haya desaparecido, puesto que todavía sigue generando esos titulares pomposos en los periódicos cuando de vez en cuando se anuncia la aparición de una nueva tumba real en Egipto, o cuando un arqueólogo afirma que por fin ha descubierto la tumba de Alejandro Magno. 
La arqueología recorre hoy caminos distintos, más centrados en el proceso evolutivo de las sociedades y no tanto en el artefacto per se. Y por supuesto, su metodología se ha hecho más rigurosa y científica si la comparamos con los métodos de los primeros arqueólogos, pero siempre habremos de tener en cuenta que al mismo tiempo que aparecían los grandes tesoros, el método arqueológico también experimentaba sus primeros pasos, dubitativos, hacia lo que es hoy.
Estamos ante un libro para disfrutar si te gusta la historia de la arqueología de la época dorada, aquella en la que el golpe de un pico llevaba a un mundo de descubrimientos asombrosos. Tengo que decir que el capítulo de Egipto me ha gustado, sobre todo lo referente a Carter, pero he devorado la parte dedicada a Mesopotamia (Nínive, Babilonia, la escritura cuneiforme, Layard, Gilgamesh, el mito real del Diluvio, etc.).

jueves, 19 de febrero de 2015

Un cadáver en la biblioteca, de Agatha Christie

Un cadáver en la biblioteca (1942) fue la cuarta novela de la escritora británica Agatha Christie protagonizada por una particular anciana con dotes detectivescas, miss Jane Marple. Solterona, discreta pero al tanto de todos los chismorreos del apacible pueblo donde vive, St. Mary Mead, miss Marple se revela como una sagaz observadora de la naturaleza humana, lo que le lleva a resolver casos que parecen complicados para la policía.
En el relato que nos ocupa, la propia escritora nos advierte en el prólogo que le apetecía divertirse un poco colocando un cadáver en una biblioteca, porque resultaba ser un cliché muy utilizado en las novelas de detectives. Y precisamente esta novela me resulta un divertimento en el que la aparición del cadáver de una chica en la biblioteca de un respetable miembro de la tranquila comunidad de St. Mary Mead, el coronel Bantry, altera el tranquilo devenir del mundo rural. La esposa del coronel pide la ayuda de su buena amiga miss Jane Marple para que investigue el caso y limpie el nombre de su marido. Sin embargo, el honor del coronel Bantry no resulta muy dañado puesto que las pesquisas de Scotland Yard se dirigen de manera muy rápida, y desconcertante para el asesino, hacia la familia Jefferson.
Y mientras se suceden las entrevistas de Scotland Yard, miss Marple asiste como espectadora al espectáculo, hace alguna pequeña observación, realiza alguna comprobación mas bien rutinaria y se muestra figuradamente desinteresada con el caso, hasta que, de un plumazo, lo resuelve. Tal vez su método analítico peque de cientificismo pero hay que alabar las virtudes innatas de esta anciana, incluso aunque haya cierta presuntuosidad por su parte (ya que le dice a su amiga que ya sabe quién es el asesino pero todavía no quiere revelarlo). Todo detective que quiera hacer bien su trabajo debe cumplir una premisa: "Cuando hay algo sospechoso yo no creo a nadie. Y es porque conozco la naturaleza humana muy bien", dice miss Marple.
Cuando los policías parecen encontrarse en un camino sin salida, entonces recurren a miss Marple, para que explique sus métodos. La anciana explica: "Temo que encontrarán ustedes mis "métodos", ..., terriblemente primitivos. La verdad es que la mayoría de la gente.... es demasiado confiada para este mundo tan malo. Creen todo lo que se les dice. Yo nunca lo creo. Tengo la manía de querer comprobar las cosas por mí misma". Y ya está, así de simple: hay mucha maldad en el mundo y no te fíes de absolutamente nadie.
Me gusta el personaje de miss Marple, igual que el de Poirot, pero ya saben, si han leído reseñas anteriores, prefiero ambientes más singulares para el desarrollo de la trama, aunque sea por espíritu romántico. Sin ser de lo mejor que he leído de mi querida Agatha Christie, no les defraudará.

martes, 3 de febrero de 2015

Drácula, de Bram Stoker

Abraham Stoker (1847-1912) fue un escritor irlandés que alcanzó la fama cuando publicó una de las novelas emblemáticas del género de terror, Drácula (1897), y según Oscar Wilde, “la novela más hermosa jamás escrita”. Licenciado en Matemáticas y en Ciencias, ejerció también como abogado en Londres, compaginando su vida laboral con la de crítico literario para varias revistas culturales.
La historia del vampiro Drácula es un ficticio relato basado en un personaje histórico mencionado en las fuentes, la del príncipe valaco Vlad Tepes o el Empalador, por el fin cruel que tenían los soldados turcos que se enfrentaron a este noble de mediados del siglo XV, quien intentó de manera infructuosa frenar el avance otomano por Europa oriental.
Sobre un personaje histórico, Stoker crea el mito de un conde que ha sobrevivido varios siglos alimentándose de la sangre humana escondido en su tétrico castillo de Transilvania, y entonces la ficción supera con creces a la realidad y atrae hipnotizados a millones de lectores que quedarán vampirizados para siempre. Después, con la llegada del cine, se potencia la imagen tradicional del vampiro descrita por Stoker: se alimenta de sangre, teme los crucifijos, no soporta el ajo, el agua bendita o la hostia consagrada, puede transformarse en murciélago o en una neblina densa, no soporta la luz del sol, puede vampirizar a otros si deja que beban de su propia sangre, mueren cuando se les clava una estaca en el corazón o se les corta la cabeza, etc., rasgos que la mayoría de nosotros podemos describir cuando nos preguntan qué es un vampiro.
Pero vayamos a la novela, que es un relato al que Stoker necesita dotar de “veracidad”, y esta cualidad se consigue con lo que se sirven los historiadores para dotar de objetividad a la construcción del relato histórico, a saber, los documentos escritos. Estos, siguiendo el positivismo histórico, están dotados de la suficiente entidad para ser considerados “fiables”, aunque sean una recopilación de diarios personales, cartas y memorias. Así lo remarca en la dedicatoria el propio Stoker: “La lectura de este manuscrito pondrá de manifiesto cómo se ha colocado en orden de sucesión. Se han eliminado todos los materiales innecesarios, de modo que pueda presentarse objetivamente una historia que está casi reñida con las creencias de nuestros días…”. Al decir que será un relato objetivo, el lector debe creer lo que se cuenta aunque “esté reñido con las creencias de nuestros días”. Stoker confronta lo que podemos creer porque lo explica la ciencia, con lo que no puede ser explicado científicamente pero es real.
Y ahí entran en liza unos personajes muy bien construidos: Jonathan Harker, Mina Murray (una auténtica heroína y un personaje crucial conforme avanza la novela), Lucy Westenra, el doctor Seward, Quincey Morris, Arthur Holmwood y por supuesto nuestro personaje preferido: el cazavampiros profesor Van Helsing, un doctor (paradigma de lo científico) que cree en los vampiros y que ha estudiado las maneras de acabar con ellos. Algunos de ellos se nos hacen cercanos a través de sus diarios íntimos, donde expresan sus temores, sus miedos, sus pensamientos, y es a través de los ojos de Mina, Jonathan o el doctor Seward, como nos atrae la personalidad decidida de Van Helsing, que hace partícipe de sus sospechas al grupo y lo organiza para cazar al vampiro más peligroso con el que se haya encontrado, y que campa por Londres: el conde Drácula.
Cuando he leído la novela, no he podido evitar asociar a los personajes con su alter ego en la pantalla grande, concretamente con el Drácula de Bram Stoker de Coppola, que en 1992 nos presentó una historia barroca pero bastante fiel al libro original, por lo que para mí Drácula tiene los rasgos de Gary Oldman, qué le vamos a hacer, y Mina Harker es Winona Ryder.

Es una historia que casa con el espíritu de finales del siglo XIX, en plena era colonialista, con aventuras, tierras desconocidas a pesar de estar en el corazón de Europa (Transilvania), y cierta sensación de superioridad cultural tan típica de la sociedad inglesa respecto a otras nacionalidades, pero respira un aire absolutamente romántico que tal vez fue demasiado realzado en la versión cinematográfica de Coppola.
Es un relato ya inmortal, como su protagonista, considerado un clásico de la literatura con letras mayúsculas, aunque durante mucho tiempo se consideró literatura menor para aquellos que fijaban los cánones literarios. Es literatura para disfrutar con deleite, y para luego ser acompañada con un visionado de películas clásicas del vampiro.



lunes, 19 de enero de 2015

¡Puta guerra! 1914-1919, de Tardi y Verney

Si en el desesperanzado relato de Erich Maria Remarque, Sin novedad en el frente, asistíamos al escenario dantesco de una guerra carente de sentido desde el punto de vista del soldado alemán, en este cómic-libro del dibujante francés Jacques Tardi (1946), con guión del historiador experto en la Gran Guerra Jean-Pierre Verney, y con el elocuente título que lo dice todo: ¡Puta guerra! 1914-1919 (2008-2009), ponemos imagen al infierno a través de los ojos de un soldado francés. Las dos visiones de la guerra son igual de válidas, la primera, más subjetiva, escrita por un superviviente de la masacre, la segunda, dibujada y escrita por quienes vienen estudiando con detallismo historicista documentos, fotografías, relatos y memorias que puedan permitir una reconstrucción más o menos fidedigna de lo que ocurrió en la I Guerra Mundial.
Fruto de la investigación exhaustiva surge un atroz relato visual que narra los horrores de la guerra año tras año, desde el estallido en 1914, con el entusiasmo desmedido de los contendientes, la primera batalla del Marne, la estabilización del frente occidental, hasta los años negros de trincheras, con batallas tan desmedidas como inútiles (Verdún, el Somme), para llegar finalmente al desenlace de noviembre de 1918, con la retirada de las tropas alemanas y el inicio de las negociaciones de paz que se prolongarán durante 1919.
La edición de coleccionista, realizada por Norma Editorial en 2010, permite además al lector disfrutar de un extenso resumen de la guerra que se disfruta enormemente por su concisión, estilo narrativo e ironía, y que complementa muy bien las viñetas dantescas que en las páginas previas hemos soportado con incredulidad.
Este viaje narrativo por la Primera Guerra Mundial comienza con viñetas coloridas y bien iluminadas, con sonrisas de los protagonistas, con la alegría del pueblo que va a despedir a sus soldados a las estaciones, pero poco a poco, conforme pasan las páginas, los colores se vuelven fríos, de un cromatismo grisáceo, los rostros se vuelven tristes, y el expresionismo inunda las viñetas, convirtiendo a esos "valientes" soldados en auténticos guiñapos. 
Todo se aborda con minuciosidad en este magnífico cómic: la dura vida en las trincheras, el atronador ruido de los cañones, el resquebrajamiento de la moral de los soldados, el papel de los aviones, la guerra química, los primeros tanques, las ejecuciones, los soldados muertos, heridos o mutilados, el hambre, etc. Una galería del terror dibujada con macabro realismo. Después, 1919 será el momento de hacer balance, de contar cruces, de hacer tristes desfiles de mutilados, de descubrir solitarios hombres en las tabernas rumiando la experiencia, de sueños de revoluciones obreras que nunca triunfarán. 
En definitiva, creo que huelga decir que este cómic me ha cautivado a pesar de ser tan duro. Es un trabajo que merece mi aplauso por afrontar con minuciosidad la visión de un conflicto que nunca debió haber sucedido y que nunca debemos olvidar.

viernes, 26 de diciembre de 2014

Palestina: en la Franja de Gaza, de Joe Sacco

Joe Sacco es un reconocido periodista y dibujante de cómics nacido en Malta (1960), aunque residente en los Estados Unidos desde muy joven. Entre 1991 y 1992 decidió abordar el problema de Palestina e Israel sobre el terreno para poder trasladar una buena historia al cómic. Convivió dos meses en Cisjordania y Gaza con familias palestinas a las que entrevistó, fotografió y escuchó con paciencia. Se convirtió en algo más que un mero observador del problema palestino, que a finales de 1991 iba camino del fin de la Primera Intifada, y para cuando comenzó a publicar su trabajo, en la década de los 90, ya se habían producido los famosos Acuerdos de Oslo por los que se reconocía la existencia de un estado palestino gobernado por la ANP (Autoridad Nacional Palestina) en los territorios de Gaza y Cisjordania. Conocía con profundidad la visión israelí del problema pero en Occidente la imagen de Palestina estaba distorsionada, asociada a terrorismo y secuestros de aviones, métodos con los que las organizaciones radicales árabes habían respondido a los ataques israelíes aplicando la vieja Ley del Talión ("ojo por ojo, diente por diente").
La labor de documentalista de Joe Sacco es ingente, y convierte a Palestina: en la Franja de Gaza (1993-1995) en una auténtica novela gráfica donde los auténticos protagonistas son el pueblo palestino, que cuenta con descarnado detallismo sus penurias a un sorprendido Sacco, que es también personaje de la tragedia. La visión de Sacco es una visión humana y personal, que trata el problema desde el punto de vista de los hombres, con sus periodos de reclusión en la cárcel, las torturas, los interrogatorios, las humillaciones, etc., pero también hay hueco para las mujeres palestinas, auténticas sufridoras del problema, puesto que no hay mujer que no haya perdido a un marido, un hijo o un nieto en la eterna lucha.
Y para ilustrarnos, Sacco nos explica a través de la memoria de los más ancianos cómo en 1948 nacía por obra y gracia de Gran Bretaña y el beneplácito de la ONU, el Estado de Israel, incrustado en una Palestina que hasta entonces era mandato británico. Así nació el problema, puesto que en esa Palestina vivían 750 mil árabes que fueron desplazados en su mayoría a los territorios de Cisjordania y Gaza, perdiendo casas y tierras y pasando a vivir muchos de ellos en improvisados campos de refugiados que todavía hoy siguen subsistiendo. Varias guerras árabe-israelíes después, la situación de los palestinos continuó empeorando, mientras que Israel recibía (y recibe) el apoyo incondicional de Estados Unidos. 
Por este trabajo concienzudo trazado en blanco y negro con precisión fotográfica, recibió el American Books Award en 1996, y ayudó a hacer visible un problema que parecía reducido a terrorismo palestino versus represión militar israelí. Y es que para empezar a atisbar la comprensión de este problema tal vez haya que huir de los radicalismos, y debamos alejarnos de judíos ultraortodoxos (como los colonos que aparecen en el cómic) e islamistas radicales, dos grupos cuya única solución al problema consiste en la aniquilación total del contrario, mediante una reformulación de la praxis fascista.
La sensación de fracaso y problema insoluble está latente en la obra, y la amargura es el sentimiento que se te queda al acabar el cómic, como nos remarca Sacco en el prólogo de la edición de 2001: "Los pueblos palestino e israelí continuarán matándose entre sí en un conflicto de baja intensidad o con una violencia desgarradora hasta que este hecho central (la ocupación israelí) se trate como un tema de ley internacional y de derechos humanos". 
La clave está en saber si ya se ha cruzado la línea roja, aquella que separa el deseo de compartir la misma tierra y el odio que lleva al exterminio. El estadounidense de origen palestino Edward Said, profesor de Literatura Comparada, afirma que la mayor victoria del cómic es haber evidenciado que Palestina existe, que el pueblo palestino está vivo y que la comunidad internacional tiene todavía un problema que resolver.
En 2012, la ONU reconoció el Estado de Palestina como "estado observador no miembro", escaso gesto mientras EEUU se oponga en el Consejo de Seguridad a su reconocimiento pleno. El 17 de diciembre de 2014 el Parlamento Europeo apoyó públicamente el reconocimiento del Estado de Palestina, un gesto también simbólico ya que el reconocimiento efectivo deben realizarlo cada uno de los estados miembros de la UE. Y en esas seguimos, mareando la perdiz...
Estamos ante un cómic absolutamente recomendable que te hará reflexionar sobre las paradojas que la historia del siglo XX nos ha deparado, y a buen entendedor, sobran las palabras.

lunes, 8 de diciembre de 2014

Nuestro hombre en La Habana, de Graham Greene

Henry Graham Greene (1904-1991) fue un periodista y escritor británico que adquirió un reconocimiento merecido por parte de la crítica y el público con sus más de 25 novelas, algunas de ellas, como la que nos ocupa, encuadradas en el subgénero de la novela de espías. Un hombre de fuertes contradicciones morales ya que era profundamente católico (cuando dejó a su mujer nunca se divorció de ella, como le ocurre al protagonista de la novela, Wormold) y militante, durante algún tiempo, del Partido Comunista de Gran Bretaña, aunque fue una militancia breve y de juventud.
Su primera novela con cierto éxito es El tren de Estambul (1932), pronto llevada al cine, como muchos de sus relatos. Éste y otros como el que presentamos, Nuestro hombre en La Habana (1958), fueron considerados por el propio autor como novelas "de entretenimiento" para distinguirlas de las novelas "literarias" (como El poder y la gloria, de 1940), de las que de verdad se sentía orgulloso.
Sin embargo, las novelas de entretenimiento son de una excelente calidad literaria, ahí está El tercer hombre (1950), novela de espías ambientada en el Berlín ocupado por los aliados tras la II Guerra Mundial, modélico relato con personajes perfectamente caracterizados que constituye una fuente de la que beberán los futuros maestros del subgénero, John Le Carré y Frederick Forsyth.
Nuestro hombre en La Habana forma parte de estas novelas "de entretenimiento" que Greene coloca en un segundo plano, pero no es precisamente un relato menor. Es una novela premonitoria porque es publicada en 1958, meses antes de la revolución castrista que instaló a los comunistas en el poder de Cuba (hasta la actualidad), y ese ambiente prerrevolucionario en una dictadura mantenida por los americanos y dirigida por el general Batista, que presagia que algo va a ocurrir, es bien retratado por el escritor. 
En esta Cuba pre-comunista trabaja como vendedor de aspiradoras un tal Wormold, que vive con su hija Milly. Es un auténtico personaje secundario al que Greene pone todo el foco, una medianía que se revela muy inteligente, siendo capaz de engañar no solo al Servicio Secreto británico, que lo ha reclutado, sino a todos los servicios secretos que actúan en Cuba. Wormold construirá una mentira poco sostenible (red de agentes falsos, planos inventados, etc.) que sin embargo acabarán tragándose todos, incluida Beatriz, una secretaria enviada desde Londres para ayudar en las tareas de espionaje de Wormold.
El gran acierto de la novela es la continua burla que Greene hace de los servicios de espionaje de los países, puesto que Wormold no es un agente entrenado, no tiene ni idea de lo que debe hacer, y además fabrica patrañas increíbles que todos se tragan porque la neurosis de la Guerra Fría hace creer prácticamente en todo, aunque sea inverosímil. Esa ridiculización del espionaje también la vemos en John Le Carré cuando destripa las entrañas del Servicio Secreto británico en El topo.
Wormold descubrirá, no obstante, que de la falsedad pueden surgir situaciones peligrosas muy reales porque el espionaje, visto como un juego por nuestro protagonista, se cobra víctimas reales, como su buen amigo el doctor Hasselbacher. 
Greene acabará por cerrar el relato con un final de nuevo caricaturesco al describir la reunión de jefes del Servicio británico donde se decide el futuro de nuestro amigo Wormold, que ya se cree condenado.
Estamos ante una novela notable en la que se ridiculiza el funcionamiento de los servicios secretos, que humaniza a sus protagonistas (Wormold es un personaje sencillo que nada tiene que ver con nuestra imagen del agente secreto, demasiado "bondiana" por obra y gracia de las novelas de Fleming y las películas correspondientes), que hace reales sus problemas y mundanas sus preocupaciones, y por ello es un precedente de la caracterización de personajes y situaciones que John Le Carré construye en sus novelas, ejemplificadas en la figura de George Smiley.

jueves, 20 de noviembre de 2014

Puzle de sangre, de Mario Martínez y José Payá

Puzle de sangre (2014) es una novela negra atípica por cuanto construir un relato coherente en la trama y en la caracterización de los personajes cuando la autoría es doble no es nada fácil. Mario Martínez (Alicante, 1945), que ha sido profesor de Historia Moderna en la Universidad de Alicante, y José Payá (Biar, 1970), profesor de Lengua y Literatura en un instituto de educación secundaria de Banyeres empezaron a escribir una historia como si de un juego se tratara, intercambiando capítulos y haciendo avanzar la novela poco a poco, a fuego lento, y ese carácter lúdico se mantiene a lo largo del libro, a veces muy serio, a veces dando la sensación de ser una "tomadura de pelo" al lector. Pero no, el análisis no es tan sencillo ni superficial, no es una tomadura de pelo, es un ejercicio de diversión de los escritores, que se ríen de sí mismos, primero, y que ponen en una coctelera los elementos clásicos de la novela negra para crear un producto no tan manido. 
Hay mucho de diversión, de ritmo rápido frenado por pocos momentos reflexivos, tal vez muy pocos a mi gusto (que soy muy fan de las pausas culinarias de Camilleri y su inolvidable Montalbano, o de Vázquez Montalbán y su Carvalho), y también subyace algo de ironía social, con unos personajes movidos por la codicia pero también por los celos, la frustración de la vida rutinaria o el amor. Pero de entre todos ellos destacan, no como podría ser habitual en una novela negra al uso, los dos asesinos, el Socio y el Libros, que deben matar a dos personas grises alter ego de los propios escritores (genial este recurso). Los policías también están, y ganan protagonismo cuando avanza la novela, pero son las motivaciones de estos supuestos profesionales del asesinato los que reciben gran parte de la atención. Dos asesinos que se las dan de "cultos", y que para no entender de literatura resulta que han leído a Rulfo, Greene, Vila-Matas, Baricco, etc.
La acción transcurre con rapidez en pocos días y se localiza en Pinoso, Alicante, Biar y Sax, y ya de buenas a primeras nos encontramos de bruces con el dilema de afrontar una novela en la que no importa, como bien se dice en el prólogo, el "cómo se hizo" o "quién fue el asesino" sino las motivaciones que llevan a los múltiples asesinatos que salpican la historia. 
Es una novela entretenida con un punto fuerte a mi parecer: la prosa. Hay un dominio, como no podía ser de otra manera teniendo en cuenta la formación de los autores, del léxico en sus diferentes contextos, de la construcción de la narración, ponen las palabras que tocan cuando toca y hacen muy fácil la lectura. Sin embargo, en el debe de la novela tengo que decir que tantos requiebros y sorpresas en la historia me generaron al principio un cierto desconcierto, que se supera a mitad de novela. Están bien los giros inesperados pero a veces el lector necesita ciertos asideros para no caerse. Seguramente los autores dirán que precisamente querían jugar al desconcierto entre ellos, vamos, a gastarse ciertas "putadas" que les hicieran repensar el hilo de la narración, pero bueno, para haber sido un reto complicado, han salido airosos del entuerto. Eso es muestra de la habilidad de los autores que solo se consigue con un buen bagaje de lecturas.